El caso es que después de cinco años disparando las fotos siempre en formato RAW, a veces aún me quedo pasmado del poder inmenso de esta forma de recoger la información.
Me estoy imaginando lo que haría hace ocho o diez años si al examinar las imágenes en formato JPG de mi cámara me encontrara con esta foto espantosa de la izquierda. El angelote que aparece está a unos 50 cm de un foco amarillo de 2 millones de vatios de sangre y fuego, en el santuario de Os Milagros. La foto tiene un baño de color horroroso y está bastante achicharrada, la pobre. Seguramente la hubiese borrado, sin más.
Pero hoy, cuando la vi al llegar a casa, hice otra cosa diferente. Retrocedí dos horas en el tiempo y le dije a mi cámara de fotos que había que cambiar el balance de blancos de la imagen, bajar la exposición, aumentar el contraste y la saturación y disparar un pequeño flash de relleno. Y la convencí de que hiciese todo lo que le decía, no después (como generalmente se hace) sino "en lugar" de lo que había hecho cuando la foto se disparó. Después, regresé y me encontré con la imagen como yo la quería.
No se tú, pero yo flipo. El hecho de manipular la imagen antes de que aparezca de forma visible es lo que antes se hacía en el laboratorio de revelado. Ahora se sigue haciendo, de una forma mas poderosa incluso, a partir de los datos del sensor de la cámara recogidos en bruto, sin tratar.
Y eso es el formato RAW, un archivo de datos que ni siquiera se puede mostrar en la pantalla del ordenador. Primero hay que revelarlos. Es, en parte, como si ajustases de nuevo la cámara y volvieses a pulsar el disparador.
