Un par de días antes de disparar esta foto mi vista se cruzó con la bolsa donde guardo mi actual cámara réflex, una Canon 7D. Inmediatamente me dije ¡dios, cuánto tiempo sin ponerle la mano encima!. Cuando revisé las fotos de la tarjeta me encontré con que la mayor parte eran de mayo de 2018, con unas pocas de agosto de la Vía Láctea. Qué vergüenza, me dije, así que a cargar baterías y a sacarla de paseo. Decidí hacer con ella un ejercicio que debería hacer más veces: dejar en casa el objetivo habitual (un 17-50) y sacar otros que utilizo menos: el 50 y el 10-18 con el que está hecha esta foto.
Todo este rollo viene a cuento de la comparación entre las dos cámaras que utilizo actualmente, la 7D y la Olympus E-M10, una réflex y una micro cuatro tercios. Para no mentir, cada vez me cuesta más sacar la 7D que es un mamotreto comparada con la Oly. Vamos, que para ir ligeros y con discreción no hay color. Además con la M10 tengo pantalla abatible, visor electrónico y bastantes funciones que con la 7D no tengo, y todo metido en un bolso con un tamaño y un peso que no se pueden ni comparar.
Qué duda cabe que por tamaño de sensor y velocidad de enfoque gana la Canon con diferencia, a pesar de tener sus nueve años a la espalda, pero en facilidad de uso y en ligereza la Oly me tiene enamorado. ¿Quiere esto decir que voy a abandonar la 7D a su suerte? En absoluto, cada cosa para lo que es. Es más... a medio plazo me planteo cambiarla para pasarme a una cámara de formato completo, un capricho con el que llevo peleándome desde hace muchos años. Eso si, será una cámara sin espejo, aunque para eso aún falta algo menos de un par de años. ¿Canon? ¿Sony? Se verá...
Saludos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario